Digo la palabra “silencio” y es como si, rebelde a un único sentido, a una única verdad, a penas emitida, esta palabra se fracturara, abriéndose a una infinidad de voces.
¿A qué esfera oblicua pertenece esta palabra, para que a través de ella nos sean dadas a la vez la ausencia de sentido y la multitud de sentidos posibles? ¿Será él, el representante de nuestro propio enigma, la parte faltante que nos hace oscilar entre ser y no ser, presencia y ausencia, real y sagrado, palabra y silencio? Por el corte que introduce, el silencio nos llama nuevamente a la certitud primera del deseo y de la muerte.
Ambivalencia del silencio... ¿Debemos, para darle consistencia, pasar por el nombre que lo nombra, la oreja que lo escucha, arrancarlo del fondo sonoro para hacerlo surgir? El silencio tan sólo existe en relación al ruido, por que hay palabras susceptibles de callarse... El silencio se escucha, el silencio se oye, y es necesario pasar por esas palabras “el silencio se oye” para que tome sentido en el anverso y reverso de la palabra que lo emparienta a una forma de lenguaje y de visión. Lo no-dicho del intercambio de miradas, impedimento de sentimientos que uno calla, secretos que sellan un pacto, palabras calladas – matadas por la censura que hace callar- o bien percepción, visión de un más allá de la palabra. El silencio vé, se intercambia.
Si dice, a veces, mucho más que toda palabra, el silencio, abarca simultáneamente la imposibilidad del lenguaje de decirlo todo. Es ese agujero en el significante, esta separación que signa la adecuación de la palabra a la cosa. Al mismo tiempo, permite, que de esta falla, esta abertura, este vacío, nazcan la interpretación, el comentario. El silencio es a la vez el cierre de la palabra cuando esta se vuelve mutista y su abertura cuando, hablante, se puede leer entre líneas el todo que no dice: palabra abierta al infinito por su silencio...
El silencio es múltiple. Hay en efecto, silencios pesados, oprimentes, silencios de espanto, silencios de palabras enfermas, silencios de muerte -grito del silencio-, al contrario, silencio de noches de verano, silencios ligeros que hacen escuchar el murmullo de las voces, el brillo de una risa... perforadas de silencios, recortes... Cortes del silencio cuando el canto de un gallo lo atraviesa de lado a lado, reenviándonos a la mañana de todas nuestras alegrías, pues hay silencios que nos substraen, nos elevan, nos arriman de cerca a lo impalpable, de lo invisible: canto del silencio que nos conduce al acuerdo, a la contemplación, a la escucha de inaudito – una forma de amor.
El silencio es lenguaje, escucha y visión. Es también, cuando todo se apaga, enfermedad del alma. Silencio del silencio cuando se ausenta la palabra, cuando todo no es más que inmensa soledad, cuando no hay otro a quien dirigirse, a quien hablar, nadie a quien escuchar. Silencio que precede la palabra cuando el mundo no era más que un tumulto incesante, informe, bulla indistinta. Mundo de lo increado, de lo inerte, de lo inanimado, materia primera: peso del Ser.
Locura del mundo sin palabras, sin ley, no simbolisable – insensato. Silencio del Génesis antes que Dios creara al hombre, para que él nombrase todas las cosas, palabra humana de donde parte todo deseo y que hizo la mujer, a fin que unido a ella, el hombre pueda acceder al reino humano que es ese el del lenguaje y el de la diferencia de sexos.
Sexual, la palabra introduce al hombre en el orden de la vida y de la muerte, que es también el de la ley y del deseo de transgresión. Así por haber escuchado la palabra seductora de la serpiente, Adán y Eva, expulsados del paraíso, se descubren desnudos y avergonzados.
Esos dos silencios, silencio anterior a la palabra, luego silencio posterior a la falta, son nuestra prehistoria. Lo no-sabido que portamos en nosotros, con lo cual el cuerpo está marcado; inhibición que cuando se repite, arrastra junto a sí, deseo de muerte, verguenza y miedo. Memoria sin recuerdo del vacío original del cual surgió nuestra vida y dónde cada vida regresa. Enigma del ser del cual nos es necesario salir, para que de este enigma mismo –blanco, silencioso- surja no la respuesta que nos golpearía de muerte, si no el deseo de interrogar cada vez renovado. Deseo y palabra pensados juntos y juntos surgidos de este lugar vacío. Rotura del silencio, silencio roto como cuando se rompe el pan tendido al otro. Pues el silencio que triunfa sobre el silencio de muerte y de la culpa es pacto, acuerdo, alianza del humano a su vida.
Esta experiencia del silencio, travesía de la noche, es prueba interior. Acceso a la luz. Pero si por ello nosotros somos esclarecidos, es por saber que no hay nada para ver, ningún tesoro para atrapar o para esperar. Solamente una página blanca, pequeña pluma al viento ofrecida a todos y a cada uno para que él inscriba allí su historia.
Danziger Claudie, Éditorial, Le Silence; La Force du vide, Paris, Éditions Autrement, Coll. « Mutations » nº185, 1999, p.11-13. Traducción al español : MA Carlos R. Alvarado, ©2007.
¿A qué esfera oblicua pertenece esta palabra, para que a través de ella nos sean dadas a la vez la ausencia de sentido y la multitud de sentidos posibles? ¿Será él, el representante de nuestro propio enigma, la parte faltante que nos hace oscilar entre ser y no ser, presencia y ausencia, real y sagrado, palabra y silencio? Por el corte que introduce, el silencio nos llama nuevamente a la certitud primera del deseo y de la muerte.
Ambivalencia del silencio... ¿Debemos, para darle consistencia, pasar por el nombre que lo nombra, la oreja que lo escucha, arrancarlo del fondo sonoro para hacerlo surgir? El silencio tan sólo existe en relación al ruido, por que hay palabras susceptibles de callarse... El silencio se escucha, el silencio se oye, y es necesario pasar por esas palabras “el silencio se oye” para que tome sentido en el anverso y reverso de la palabra que lo emparienta a una forma de lenguaje y de visión. Lo no-dicho del intercambio de miradas, impedimento de sentimientos que uno calla, secretos que sellan un pacto, palabras calladas – matadas por la censura que hace callar- o bien percepción, visión de un más allá de la palabra. El silencio vé, se intercambia.
Si dice, a veces, mucho más que toda palabra, el silencio, abarca simultáneamente la imposibilidad del lenguaje de decirlo todo. Es ese agujero en el significante, esta separación que signa la adecuación de la palabra a la cosa. Al mismo tiempo, permite, que de esta falla, esta abertura, este vacío, nazcan la interpretación, el comentario. El silencio es a la vez el cierre de la palabra cuando esta se vuelve mutista y su abertura cuando, hablante, se puede leer entre líneas el todo que no dice: palabra abierta al infinito por su silencio...
El silencio es múltiple. Hay en efecto, silencios pesados, oprimentes, silencios de espanto, silencios de palabras enfermas, silencios de muerte -grito del silencio-, al contrario, silencio de noches de verano, silencios ligeros que hacen escuchar el murmullo de las voces, el brillo de una risa... perforadas de silencios, recortes... Cortes del silencio cuando el canto de un gallo lo atraviesa de lado a lado, reenviándonos a la mañana de todas nuestras alegrías, pues hay silencios que nos substraen, nos elevan, nos arriman de cerca a lo impalpable, de lo invisible: canto del silencio que nos conduce al acuerdo, a la contemplación, a la escucha de inaudito – una forma de amor.
El silencio es lenguaje, escucha y visión. Es también, cuando todo se apaga, enfermedad del alma. Silencio del silencio cuando se ausenta la palabra, cuando todo no es más que inmensa soledad, cuando no hay otro a quien dirigirse, a quien hablar, nadie a quien escuchar. Silencio que precede la palabra cuando el mundo no era más que un tumulto incesante, informe, bulla indistinta. Mundo de lo increado, de lo inerte, de lo inanimado, materia primera: peso del Ser.
Locura del mundo sin palabras, sin ley, no simbolisable – insensato. Silencio del Génesis antes que Dios creara al hombre, para que él nombrase todas las cosas, palabra humana de donde parte todo deseo y que hizo la mujer, a fin que unido a ella, el hombre pueda acceder al reino humano que es ese el del lenguaje y el de la diferencia de sexos.
Sexual, la palabra introduce al hombre en el orden de la vida y de la muerte, que es también el de la ley y del deseo de transgresión. Así por haber escuchado la palabra seductora de la serpiente, Adán y Eva, expulsados del paraíso, se descubren desnudos y avergonzados.
Esos dos silencios, silencio anterior a la palabra, luego silencio posterior a la falta, son nuestra prehistoria. Lo no-sabido que portamos en nosotros, con lo cual el cuerpo está marcado; inhibición que cuando se repite, arrastra junto a sí, deseo de muerte, verguenza y miedo. Memoria sin recuerdo del vacío original del cual surgió nuestra vida y dónde cada vida regresa. Enigma del ser del cual nos es necesario salir, para que de este enigma mismo –blanco, silencioso- surja no la respuesta que nos golpearía de muerte, si no el deseo de interrogar cada vez renovado. Deseo y palabra pensados juntos y juntos surgidos de este lugar vacío. Rotura del silencio, silencio roto como cuando se rompe el pan tendido al otro. Pues el silencio que triunfa sobre el silencio de muerte y de la culpa es pacto, acuerdo, alianza del humano a su vida.
Esta experiencia del silencio, travesía de la noche, es prueba interior. Acceso a la luz. Pero si por ello nosotros somos esclarecidos, es por saber que no hay nada para ver, ningún tesoro para atrapar o para esperar. Solamente una página blanca, pequeña pluma al viento ofrecida a todos y a cada uno para que él inscriba allí su historia.
Danziger Claudie, Éditorial, Le Silence; La Force du vide, Paris, Éditions Autrement, Coll. « Mutations » nº185, 1999, p.11-13. Traducción al español : MA Carlos R. Alvarado, ©2007.
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