Cuando escribo...

Retrato de C. Alvarado por Fernando Robles Almirón, (pastel) Tucumán 1981.

Un escritor crea y sublima su creación. Escribir es una tarea dignificante que purga el alma sobrecargada de colores -la más inocente tarea, diría el poeta Hölderlin-. Loable es escribir para no morir y más valioso aún escribir para salvar a otros del olvido y de la muerte.
La muerte... nada podemos. Aunque podemos salvar de la más triste de las muertes a aquellos que amamos, buscando esa pócima extravagante, como surgida la de extraviada fuente de la juventud, buscando un medio para el recuerdo, remedio contra el olvido. ¿Podremos encontrar tal elixir? Tal vez la solución al dilema resida en la búsqueda y no en el brevaje.

Por eso con “tinta de amapolas” quiero escribir un homenaje a los que amo, palpados y evocados, para buscarles y ofrecerles una brizna de eternidad.

Escribo el fragmento de una mirada y anoto en un ajado pentagrama un silencio de la historia.

Desnudar el alma tras una metáfora, sabiendose impotente ante la lengua y el signo ¿qué otra cosa más que eso hace un poeta? Renegar e intentar quebrar la lengua que impone un límite indeseado e invencible. La lengua nunca basta para expresar los asuntos del alma y de allí la insatisfacción del poeta, peregrino de los desiertos.

De mi libro: Alvarado, Carlos, Con Tinta de Amapolas, Tucumán, Argentina, Lucio Piérola Ediciones, 2007.

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