Cinco Fragmentos del Desierto de Rachid Boudjedra


La Noche, no hay desierto. Todo es muy negro. El espacio rapidamente atrapado. Prontamente restituido. La arena se infiltra por todos lados. Los pliegues de la ropa. Las narices. La garganta. El pecho.
Ahora: Esa casi nada. Como una inconstancia. Una atmósfera deletérea y árida a la vez. Como vertical. Hecha de huellas, de rayones o de tachaduras también. Y luego este color con tonos difíciles de definir con precisión: negro azulado, violáceo, más bien color berenjena. Vientos contrarios. Cual pájaros voraces y gritones planeando de una manera acrobática, como funámbulos encegecidos por su destreza y prorrumpiéndo a travez de los olores demasiados blandos y demasiados edulcorados de los jardines saharianos. Chorros granulosos y granados que se pegan a la piel. La agrietan en ráfagas furibundas.
Aquí la arena en la boca tiene un gusto a desastre. Que genera facilmente una suerte de metafísica lagrimosa. O eficaz. En este segundo caso, el ser subyugado se hunde en un éxtasis casi transparente. Helado. Puro. Extremo. Tibetano. Etc. Pero ese desierto no es una elipse, tampoco. Es un conjunto de jeroglíficos indescriptibles. Ilegibles. Cambiantes hasta el vértigo, tal un palimpsesto que se borra y se reescribe. Se tachona y se satura. Sui generis. Como gracias a un código fabuloso y punzante a la vez. Despliegue, entonces, de una circularidad imponderable que ningún compás, que ningún portulano pueden trazar o retrazar.
Fragmento extraído de:
Boudjedra Rachid, Cinq fragments du désert, éditions barzakh, Alger, 2001. Éditions barzakh / Actes Sud, 2007.
Traducción : Carlos Alvarado ©2009; Literatura francófona, Literatura del Magreb, literatura de Argelia.

Comentarios