Tatuajes y Cuerpos escritos



No estaban errados quienes usaron pieles para escribir y transcribir.
Como un pergamino, la piel del cuerpo se muestra apta para todo tipo de marcas. Pasamos por el mundo esquivándole al olvido y sin embargo, muy a pesar nuestro, a cada paso dado dejamos la huella de nuestra estancia. Hollamos en la gente, en el mundo y en la vida.
No hay cuerpo exento de marca pues todos conservan el rastro invisible e indeleble de un dérmico andar por el mundo. Errancia sensual de nuestro nomadismo, fruto natural de nuestra inconstancia y de nuestras hesitaciones, deambulando en un mundo que parece no pertenecernos, hecho a la medida de otros.
Marcas imborrables, aunque ya esta vez visibles, también son las cicatrices, señales de trauma. El trastorno también está presente no solo en las marcas accidentales si no también en cicatrices, escarificaciones y circuncisiones que resultan del paso de la ley sobre nuestro cuerpo vulnerable.
Regresando a los vestigios invisibles, debemos sospecharlos también como los restos de un impacto.
Antes de nacer humores protegieron nuestra piel, preservándola de injurias y de caricias. Probablemente al ingresar al mundo de la exterioridad, la primera huella sobre nuestro cuerpo sea la de algun extranjero, esa producida por quien nos ayudara a nacer. Es un extraño, tal vez, quien nos deja el primer rastro. El hollar de sus manos sobre el cráneo al abandonar el recipiente líquido, marca de las manos extranjeras aferrando el tobillo y propinando la nalgada para incitar la respiración. Luego manos presurosas que limpian y manos que devuelven al niño, vivo e independiente, lo mismo ya otro, el neonato trae marcas sobre el cuerpo y el esbozo de cicatriz que será su ombligo. El ayudante entregará la criatura con un gesto religioso: ecce tua mater.
La madre tendrá una doble sensación, de reconocimiento y de desconocimiento, reconocerá a su hijo como propio y lo sabrá otro, independiente y cargando las huellas de lo extranjero. Madre-ave desconociendo al pichón tocado por manos humanas, las mismas que generaron la brecha entre ella y su cría, comienzo de su depresión.
La madre intentará sanar la profanación con caricias infinitas. Y se sumarán a las de la madre, otras: las del padre, las de parientes y las de amigos.
Comienzan así a notarse las marcas, visibles e invisibles sobre nuestro cuerpo. Las de las caricias aparecenseme como las marcas de las babosas, sobre el suelo húmedo del jardín luego de una noche de lluvia. Dos hilos paralelos, brillantes y viscosos, apenas develados por la luz del sol. ¿No son acaso las huellas más antiguas que se conocen, las de los anfibios y reptiles? Imagino a estas marcas invisibles como estrías en la piel. Caricias como estrías, como lechos de ríos, ahora ya secos, sobre nuestra topografía personal. Caricias que se condenan al pasado. Se gestan en el impulso, sin premeditación (como un crímen pasional) y apenas realizadas se desplazan a tiempos pretéritos y a la periferia de la conciencia. El cuerpo lleva así pues la marca del olvido.

Este órgano de reconocimiento y de defensa que es la piel, carga con el peso de caricias, golpes y besos. Nosotros olvidamos pero la piel conserva la memoria, el registro sensorial, de nuestras pasiones y se impregna con el perfume de nuestra agresividad o docilidad. Esa memoria está duplicada donde las cicatrices, signos erróneos, mutantes y nómades. El tatuaje mnemónico es inútil pues el cuerpo, a diferencia de nuestra memoria, no necesita de recordatorios.

Un rastreador avezado me habló de huellas frías, las más antiguas, y de huellas calientes, las más recientes. Lleva nuestro cuerpo pues estampas frías y calientes, lechos ya secos los unos y aun húmedos, los otros.
Pudiera el tatuaje producir interferencias, desestabilizar la onda redonda de la piedra lanzada sobre la superficie llana de un lago. Pudiera el tatuaje, trauma coloreado sobre nuestro cuerpo, atraer nuevas marcas invisibles, desconocidas y tal vez innecesarias.
He visto que cierta gente se graba en el cuerpo símbolos que en la antigüedad estuvieron reservados tan solo para los sepulcros y las momificaciones... lo hacen ignorando o restándole importancia al verdadero significado del signo. ¿No pudiera nuestro ingenuo tatuaje, desencadenar fuerzas desconocidas y ponérnoslas en nuestra contra? Los símbolos son dignos de respeto porque cargan en sí un sinnúmero de implicancias, a veces opuestas a nuestra intención. Los símbolos y las letras cargan la esencia de las cosas, son hendiduras sobre la superficie, heridas que la luz abre, pudiendo ser usados para fines dispares, los buenos y los otros.
Los antiguos (y sabios) egipcios, acostumbraban encomendarse a “aquella deidad que pudiera mostrarse benigna”, para tal o cual requerimiento del creyente, sin precisar nombre alguno, pues cada dios arrastra consigo la sombra oscura que le corresponde, como Némesis que reparte dones y en un mismo gesto, castigos. Los egipcios temían nombrar para no atraer la fuerza equivocada, consideraban a los dioses más sabios, y estaban seguros que terminaría por acudir la deidad más propicia para la situación. Los egipcios también portaban varios nombres y en especial uno que era por todos desconocido, para no ser nombrado, para no ser herido por la palabra o por el simple deseo oscuro llamado a la vida por intermedio del nombre.
Me pregunto qué alegre comida puede servirse en un restaurant en donde se pinta sobre los muros la imagen de dolientes lloronas... decoraciones con imágenes antiguas.
Ya se ha probado el poder de la palabra; así, el agua de un vaso al que se le ha aplicado la palabra amor, brilla vivaz y la del odio luce turbia en contraste. También es sabido que la palabra “blandura” relaja la espalda y la palabra “bloque”, al contrario, la tensa.
¿Tatuarse? ¿Qué símbolo nos atrevemos a poner sobre nuestra piel? ¿Pondríamos un clavo sobre el beso más dulce que recibiera nuestra espalda? ¿Grabaríamos una rosa brillante sobre la mancha indeleble que nos dejara un abuso físico? Tal vez la aguja de los tatuajes borre para siempre la dulzura de un recuerdo ¿estamos dispuestos a perderla y al recuerdo junto a ella?
El señor de los tatuajes es un señor que hace negocio, nos vende tinta y nosotros compramos trauma... ¿estamos dispuestos a dejar mancillar un recuerdo amoroso por la mano interesada del artista consumado en las ciencias del dolor y de la interferencia?
Cambiamos de idea todos los días y lo que ayer fue amor, es odio y rencor que se renueva cotidianamente... ¿Con qué certeza grabaremos de forma indeleble el trazo de un capricho de un día?
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de Carlos Alvarado, publicado en la Revista Literaria Aturucuto, Nº1, Nov. 2009. pp 103-107.
Aturucuto, ISBN 978-987-05-7713-3, Revista literaria de Tucumán, declarada de interés cultural por el Ente Cultural de Tucumán y de Interés Municipal por la Municipalidad de San Miguel de Tucumán.

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