Roca 635 de Stella Bertinelli, novela biográfica sobre Adela García Salaberry

Recién nomás, hace apenas unos segundos, terminé de leer Roca 635 de Stella Bertinelli. Hacia el fin de la novela, me dí cuenta de que el estilo de Bertinelli me hizo olvidar mi posición de crítico literario, página tras página.

Mi lectura no era desinteresada, rastreaba en la novela de Bertinelli la biografía de Adela García Salaberry. Desde hace algunos años me interesé en la figura de la escritora bonaerense, investigando sobre los argentinos francófonos. Una tradición de argentinos que hicieron de su segunda lengua su otra patria literaria, tradición que comenzó con La Fantástica: Eduarda Mansilla. “Y qué importa la lengua, cuando de escribir se trata” dice la escritora Djebar (su mano escribe en francés mientras su cabeza dicta en el árabe dialectal de las montañas argelinas). Escribí sobre este tema un artículo que publicó la Universidad de Cádiz en el 2009, en el cual llamé a nuestro primer grupo de escritoras francófonas: “Las Preciosas argentinas”. Allí mencioné a Adela, evidentemente.

Bertinelli, en su novela, me hizo conocer el mundo íntimo de Adela y otra esfera de la poeta. Adela iba y venía entre esos dos mundos. La casa de Bernal, en calle Roca 635, era el corredor por donde transitaba Adela desde su ámbito dómestico a su refugio de cultura. Por peldaños de letras y arte, Adela iba de uno al otro. Bertinelli me muestra a la Adela feminista, vestida de hombre, cuando el modernismo parecía una broma. Adela “sufragette” de la primera hora. Adela poeta, pero también periodista, maestra, profesora, biógrafa. Adela curiosa. Me encuentro en cada página con Adela humana. La que le canta al ceibo en francés viendo en él “la esencia y la intensidad de una sed inmensa”; esa que dice “aceptar el infinito” es la misma mujer que encuentra en su Bernal “de gracia austera, el refugio modesto para su vida flagelada de inquietudes”. Adela y su Bernal, la poeta no necesita salir de su barrio para abarcar el mundo, para entregarse a un destino prometeico. Desde la tapa del libro, Adela me mira con sus ojos sombríos, triste tal vez, pero enérgica; con una sonrisa resignada e irónica.

Stella Bertinelli, como Proust, indaga los mecanismos de la memoria. La autora generosa (como la biografiada) se ocupa de la otra escritora, quizás sea como ella dice que “las mujeres resucitan unas en otras”. Bertinelli explora la esencia de la rosa de Bernal, pero Adela se escapa, por pudor o por modestia. El olvido parece no querer soltar la presa. Pero Bertinelli se obstina, va a la busca de su Eurídice porque “morir es el olvido, ella siembra en mi memoria para no morir”. El relato quiere atrapar el perfume de Adela pero Bertinelli sabe y me dice que “ninguna jaula nos hace dueños de los pensamientos ajenos”. El olvido acecha siempre, un poema egipcio insiste: “es obra de Dios hacer que los hombres olviden”. A pesar de todo dejamos una huella que no es otra cosa que presencia de una ausencia. Bertinelli se inclina sobre la huella de Adela, con respeto y con denuedo le gana una pulseada al olvido.

Una muy buena novela biográfica, sobre una gran escritora; eximiamente escrito por otra. Como toda respuesta a los interrogantes sobre la vida de Adela, Stella Bertinelli me dá una dirección: ROCA 635. Sigo la dirección.

Carlos Alvarado-Larroucau; Buenos Aires 11 de junio de 2011.

Novela: Roca 635 de Stella Bertinelli de Ingolotti, Buenos Aires, Ediciones Deldragón, 2010.

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