Los Desorientados de Amin Maalouf. Literatura y exilio

Vauvenargues
Fue en octubre del setenta y uno, en la terraza de su casa, una inmensa terraza desde donde se veía el mar durante el día, y por las noches los destellos de la ciudad. Recuerdo aún la mirada que tenía aquella noche – deslumbrado, complacido. Esta casa le pertenecía, antes que a él le perteneció a su padre y a su bisabuelo e inclusive a ancestros anteriores puesto que la construcción databa de comienzos del siglo dieciocho.
Mi familia, en otros tiempos, poseyó también una hermosa casa en la montaña. Pero, para los míos fue un hogar y un manifiesto arquitectural; para los suyos, fue una patria. Murad siempre experimentó allí una especie de plenitud, la de los hombres que saben que un país les pertenece.

En cambio yo, desde mis trece años, me sentí siempre, en todo sitio, un invitado. A menudo, acogido a brazos abiertos, aveces apenas tolerado, pero en ningún lado, de pleno derecho, habitante. Constantemente, disímil, desentonado – mi nombre, mi mirada, mi apariencia, mi acento, mis filiaciones, reales o supuestas. Incurablemente extranjero. Sobre la tierra natal como también más tarde en tierras de exilio.  

Extraído de: Amin MAALOUF, Les Désorientés, Grasset, 2012, p. 34-35.
Traducción: ©Carlos Alvarado-Larroucau, 2013.

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