Los Desorientados de Amin Maalouf. Literatura y Exilio II.

No me fui a ningún sitio, fue el país el que se marchó. […] Todo hombre tiene el derecho de partir, es su país el que debe persuadirle a quedarse. –Digan lo que digan los grandilocuentes. “No te preguntes lo que tu país puede hacer por ti, pregúntate lo que tu puedes hacer por tu país.” ¡Fácil decirlo cuando se es multimillonario, y vienes de ser elegido, a los cuarentitrés años, presidente de los Estados Unidos de América! Pero cuando en tu país, no puedes ni trabajar, ni curarte, ni alojarte, ni instruirte, ni votar libremente, ni expresar tu opinión, y ni siquiera circular por las calles a tu gusto ¿qué vale el adagio de John F. Kennedy? ¡Poca cosa!
Le concierne principalmente a tu país, honrar contigo un cierto número de compromisos. Que allí seas considerado como un auténtico ciudadano, que no sufras allí ni opresión, ni discriminación, ni privaciones indebidas. Tu país y sus dirigentes tienen la obligación de asegurarte eso; si no, no les debes nada. Ni apego al suelo, ni saludo a la bandera. Al país en el que puedes vivir con la cabeza en alto, le debes todo, le sacrificas todo, hasta tu propia vida; a aquel en el que debes vivir con la cabeza gacha, no le das nada. Ya sea que se trate de tu país de asilo o de tu país de origen. La magnanimidad atrae la magnanimidad, la indiferencia llama a la indiferencia, y el desprecio al desprecio. Tal es el fuero de los seres libres, y por mi parte, no reconozco ningún otro.

Fue así pues, que fui yo el que partió, por mi propia voluntad, o casi. Pero no me equivocaba al decirle a Murad que el país se había ido, él también, aun mucho más lejos que yo.

Amin Maalouf, Les Désorientés, Grasset, 2012, p. 65-66.


Traducción: ©Carlos Alvarado-Larroucau, 2013.

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