EL SILENCIO
La palabra es muy a menudo, no como lo decía el francés, el arte de ocultar el pensamiento, si no el arte de ahogar y suspender el pensamiento, de forma tal que no quede nada para ocultar. La palabra es grande, también, pero no es lo más grandioso. Como lo afirma la inscripción suiza, “la palabra es de plata, el silencio es de oro” o como sería mejor decir: La palabra es del tiempo, el silencio de la eternidad.
“Las
abejas solo trabajan en la oscuridad, el pensamiento solo trabaja en el
silencio, y la virtud en el secreto…”
No
se debe creer que la palabra sirva siempre a las comunicaciones verdaderas
entre los seres. Los labios o la lengua pueden representar el alma de la misma
manera que una cifra o un número de orden representa una pintura de Memlinck,
por ejemplo, pero desde que nosotros tenemos, verdaderamente, algo para
decirnos, estamos obligados a callarnos; y si en esos momentos, nos resistimos
a las ordenes invisibles y apremiantes del silencio, hemos realizado una
perdida eterna, que los más grandes tesoros de la sabiduría humana no podrán
reparar, porque hemos perdido la ocasión de escuchar otra alma y de dar un
instante de existencia a la nuestra; y hay muchas vidas en las que tales ocasiones
no se presentan dos veces…
Solo
hablamos en las horas en las que no vivimos, en los momentos en los que no
queremos percibir a nuestros hermanos y en los que sentimos una gran distancia
con la realidad. Y desde que hablamos, algo nos previene que puertas divinas se
cierran en algún lugar. También somos muy avaros de silencio, y los más
imprudentes de nosotros no callan ante el primer llegado. El instinto de las
verdades sobrehumanas que todos poseemos nos advierte que es peligroso callarse
frente a alguien que se desea no conocer o frente a quien no amamos para nada;
pues las palabras pasan entre los hombres, pero el silencio, si tuvo un momento
la ocasión de estar activo, no se borra jamás, y la vida verdadera, y la única
que deja alguna huella, solo está hecha de silencio. Recuerde aquí, es en ese
silencio al cual hay que recurrir todavía, a fin que él mismo se explique por
sí mismo; y si os es dado descender un instante a vuestra alma, hasta las
profundidades habitadas por los ángeles, es qué ante todo recordáis a un ser
amado profundamente, no son las palabras que dijo, o los gestos que hizo, pero
los silencios que habéis vivido juntos; pues es la calidad de esos silencios lo
único que reveló la calidad de vuestro amor y de vuestras almas.
Solo
me aproximo aquí al silencio activo, pues hay un silencio pasivo, que no es más
que el reflejo del sueño, de la muerte o de la inexistencia. Es el silencio que
duerme; y mientras dormita, es aún menos temible que la palabra; pero una
circunstancia inesperada puede despertarlo de repente, y entonces es su
hermano, el gran silencio activo, el que se entroniza. Manteneos
vigilantes. Dos almas van a alcanzarse,
paredes van a ceder, diques van a romperse, y la vida ordinaria dará lugar a
una vida en la que todo se vuelve muy grave, en la que todo es sin defensa,
donde ya nada osa reír, donde ya nada obedece, donde ya nada se olvida…
Y
es porque ninguno de nosotros ignora esta sombría potencia y sus juegos
peligrosos que tenemos un miedo tan profundo al silencio. Soportamos, como
mucho, el silencio aislado, nuestro propio silencio; pero el silencio de
muchos, el silencio multiplicado, y sobre todo el silencio de un gentío es un
fardo sobrenatural de las que las almas más fuertes temen el peso inexplicable.
Usamos una gran parte de nuestra vida a buscar los sitios en los que el
silencio no reina. En cuanto dos o tres hombres se encuentran, solo tienen en
mente inhibir ese enemigo invisible ¿cuántas amistades ordinarias no tienen
otro fundamento más que el odio al silencio? Y si a pesar de todos los
esfuerzos, logra deslizarse entre seres reunidos, esos seres darán la espalda
con inquietud, al lado solemne de las cosas imperceptibles, y luego se irán
prontamente, cediendo el lugar a lo desconocido, y se evitarán en un futuro,
porque temen que la lucha secular no se vuelva vana una vez más, y que uno de
ellos no sea de esos, quizás, que abren en secreto la puerta al adversario…
La
mayor parte de nosotros no entienden y no admiten el silencio que dos o tres
veces en su vida. Solo osan recibir a este huésped impenetrable en
circunstancias solemnes, pero casi todos, entonces, lo acogen dignamente; pues
inclusive los más miserables tienen en sus existencias momentos en los que
saben actuar como si supiesen ya aquello que saben los dioses. Recordad el día
que encontrasteis sin terror vuestro primer silencio. La hora horripilante
había sonado; y se presentaba frente a vuestra alma. Vosotros lo habéis visto
subir desde los precipicios de la vida de los que no se habla, y de las
profundidades del mar interior de belleza o de horror y no habéis huido… Fue a un
regreso, sobre el umbral de una partida, en el transcurso de una gran alegría,
al lado de una muerte o a los límites de una desgracia. Recordad esos minutos
en los que todas las pedrerías secretas se revelan en sobresalto; y decidme si ¿el
silencio, entonces no era bueno y necesario? si ¿las caricias del enemigo sin
cesar perseguido no fueron caricias divinas? Los besos del silencio infortunado
–pues es sobre todo en la desgracia que el silencio nos abraza- no pueden
olvidarse más; y es por eso que aquellos que los han conocido más a menudo que
los otros valen más que los otros. Solo ellos saben, tal vez, sobre que aguas
mudas y profundas reposa la fina cáscara de la vida cotidiana, fueron más cerca
de Dios, y los pasos que dieron del lado de las luces, son pasos que no se
pierden más; pues el alma es una cosa que puede no subir, pero que no puede
jamás descender…
“Silencio,
el gran Imperio del silencio” grita aún Carlyle –que conoció tan bien este
imperio de la vida que nos concierne- “¡más alto que las estrellas, más
profundo que el reino de la Muerte!... ¡El silencio y los nobles hombres
silenciosos! Dispersos por aquí y por allí, cada cual en su provincia, pensando
en silencio, trabajando en silencio, y de quienes los diarios de la mañana absolutamente
no hablan. Son la sal misma de la tierra, y el país que no tiene esos hombres o
que tienen muy pocos no va por la buena senda… Es un bosque que no tiene
raíces, que se ha vuelto completamente hojas y ramas, y que prontamente deberá
marchitarse y no ser ya más un bosque…”
Pero
el silencio verdadero, que es más grande todavía y que es más difícil de
alcanzar que el silencio material del cual nos habla Carlyle, no es uno de esos
dioses que pueden abandonar a los hombres. Nos rodea por todos lados, es el
fondo de nuestra vida sobre entendida y desde que uno de nosotros golpea
temblando a una de las puertas del abismo, es siempre ese mismo silencio
expectante el que abre dicha puerta.
Aquí
todavía somos todos iguales frente a esa cosa inconmensurable; y el silencio
del rey o del esclavo, frente a la muerte, del dolor o del amor, tiene el mismo
rostro, y oculta bajo su manto impenetrable tesoros idénticos. El secreto de
ese silencio, que es el silencio esencial y el refugio inviolable de nuestras
almas, no se perderá jamás, y si el primer nacido de entre los hombres
encontrara al último habitante de la tierra, se callarían de la misma manera en
los besos, los terrores o las lágrimas; se callarían de la misma manera en todo
aquello que debe ser escuchado sin mentiras, y a pesar de tantos siglos,
comprenderían al mismo tiempo, como si hubieran dormido en la misma cuna, eso
que los labios no aprenderán a decir antes del fin del mundo…
En
cuanto los labios duermen, las almas se despiertan y se entregan a la tarea;
porque el silencio es el elemento lleno de sorpresas, de peligros, de alegría,
en el cual las almas se poseen libremente. Si usted desea verdaderamente
librarse a alguien, cállese; y si usted teme callarse con él, -a menos que este
miedo no sea el miedo o la avaricia augusta del amor que espera prodigios-
húyale, pues vuestra alma ya sabe a qué
atenerse. Hay seres con quienes el más grande de los héroes no osará callarse,
y almas que no tienen nada que ocultar, sin embargo tiemblan ante la
posibilidad de que ciertas almas las descubran. Hay otras también que no tienen
silencio, y que matan el silencio que las rodea; y se trata de los únicos seres
que pasan realmente desapercibidos. No llegan a atravesar la zona reveladora,
la gran zona de la luz firme y fiel. No podemos hacernos una idea exacta de
aquel que no se haya callado nunca. Se diría que su alma no tuvo rostro. “No
nos conocemos todavía, me escribía alguien que yo amaba entre todos, no hemos
todavía osado callarnos juntos.” Y era verdad; ya nos amábamos tan
profundamente que habíamos tenido miedo de la prueba sobrehumana. Y cada vez
que el silencio, ángel de verdades supremas y mensajero de lo desconocido
especial de cada amor, descendía entre nosotros, nuestras almas de rodillas
parecían pedir gracia e implorar aún algunas horas de mentiras inocentes,
algunas horas de ignorancia o algunas horas de infancia… Y sin embargo es necesario que su hora venga.
Es el sol del amor y madura los frutos del alma, como el otro sol los frutos de
nuestra tierra. Pero no es sin motivo
que los hombres le temen; pues no se sabe nunca cuál será la calidad del
silencio que nacerá. Si todas las palabras se parecen, todos los silencios son diferentes,
y la mayor parte del tiempo todo un destino depende de la calidad de ese primer
silencio que dos almas van a formar. Hay mezclas que tienen lugar, no se sabe
bien dónde, pues las reservas del silencio se sitúan muy por encima de las
reservas del pensamiento; y el brebaje imprevisto se vuelve siniestramente
amargo o profundamente dulce. Dos almas admirables y de igual poder pueden dar
origen a un silencio hostil, y en las tinieblas se harán una guerra sin cuartel
en ese lugar en que el alma de un condenado vendrá a callarse divinamente junto
al alma de una virgen. No se sabe nada de antemano, y todo eso sucede en un cielo
que no previene nunca; y es por eso que los más tiernos amantes retrasan muy a
menudo hasta el último momento la entrada solemne del gran revelador de las profundidades
del ser…
Ocurre
que saben también -pues el amor verdadero trae a los más frívolos al centro de
la vida- que todo lo otro era juego de niños alrededor de la muralla, y que es
ahora que las murallas caen y que la existencia se abre. El silencio de ellos
valdrá lo que valen los dioses que ellos encierran y si no se entienden en ese
primer silencio, sus almas no podrán amarse, pues el silencio, absolutamente no
se transforma. Puede subir o en vez bajar entre dos almas, pero su naturaleza
no cambiará jamás; y hasta la muerte de los amantes, existirá la actitud, la
forma y la potencia que él tenía en el momento en que por primera vez, entró en
la habitación.
A
medida que se avanza en la vida, uno se da cuenta que todo tiene lugar según un
ignoto acuerdo previo donde no se insufla palabra alguna, en el cual no se
piensa, pero del cual se sabe sin embargo que existe en algún lugar, por encima
de nuestras cabezas. El más ineficaz de los hombres sonríe, en los primeros
encuentros, como si él fuese el viejo cómplice del destino de sus hermanos. Y
en el campo en el que estamos, aquellos inclusive que saben hablar con vasta
profundidad sienten muy bien que las palabras no expresan jamás las relaciones
reales y especiales que hay entre dos seres. Si les hablo en este momento de cosas
gravísimas, del amor, de la muerte, o del destino, no alcanzo la muerte, el
amor o el destino, y a pesar de mis esfuerzos, quedará siempre entre nosotros
una verdad que no está dicha, que no tenemos inclusive ni la idea de cómo decir,
y sin embargo esta verdad que no ha tenido voz habrá sola vivido un instante
entre nosotros, y nosotros no habremos podido pensar en otra cosa. Esta verdad
es nuestra verdad sobre la muerte, el destino, o el amor; y solo pudimos
entreverla en silencio. Y nada, que no hubiese sido silencio hubiera tenido
importancia. “Mis hermanas, dice una niña en un cuento de hadas, ustedes
tienen, cada una, su pensamiento secreto y quiero conocerlo.” Nosotros también
tenemos algo que quisiéramos conocer, pero se oculta aún más alto que el
pensamiento secreto; es nuestro silencio secreto. Pero las preguntas son
inútiles. Toda agitación de un espíritu en guardia se vuelve inclusive un
obstáculo a la segunda vida que vive en ese secreto; y para conocer lo que existe realmente, hay
que cultivar el silencio entre sí, pues solo en él se entreabren por un
instante las flores inesperadas y eternas, que cambian de forma y de color
según el alma al lado de la cual nos encontramos. Las almas se pesan en el
silencio, como el oro y la plata en el agua pura, y las palabras que
pronunciamos solo tienen sentido gracias al silencio en el que ellas se bañan. Si
le digo a alguien que le amo, esa persona no comprenderá lo que he dicho a mil
otros tal vez; pero el silencio que seguirá, si le amo en realidad, mostrará
hasta donde se hunden hoy las raíces de esa palabra y hará nacer una certitud
silenciosa a su vez, y ese silencio y esa certitud no serán dos veces las
mismas en una vida…
¿No
es el silencio lo que determina y lo que fija el sabor del amor? Si fuese
privado del silencio, el amor no tendría ni gusto ni perfumes eternos ¿Quién de
entre nosotros no ha conocido esos minutos mudos que separaban los labios para
reunir las almas? Hay que buscarlos sin cesar. No hay silencio más dócil que el
silencio del amor; y es ciertamente el único que es solamente nuestro. Los
otros grandes silencios, aquellos de la muerte, del dolor o del destino, no nos
pertenecen. Avanzan sobre nosotros, del fondo de los hechos, a la hora que
ellos eligieron, y esos que ellos no encuentran no tienen reproches para hacerse.
Pero nosotros podemos ir al encuentro de los silencios del amor. Ellos esperan
día y noche en el umbral de nuestra puerta y son tan bellos como sus hermanos.
Gracias a ellos, aquellos que no han casi llorado pueden vivir, tan íntimamente,
con las almas de aquellos que fueron muy desdichados; y es por eso que aquellos
que amaron mucho saben también secretos que otros no saben; porque hay en eso
que callan los labios de la amistad y del amor profundos y verdaderos, miles y
miles de cosas que otros labios no podrán jamás callar…
Traducción del francés, ©2022 Carlos Alvarado-Larroucau
Maurice MAETERLINCK, 54° ÉD. “Le Silence”, Paris, Société du Mercure de France, 1908. P.10-25. Le Trésor des Humbles.
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